01 -
Precalienta el horno a 210°C (calor arriba y abajo). Forra un molde redondo desmontable con papel de horno. Moja y arruga el papel para que se adapte mejor a las paredes. Asegúrate de que el papel sobresalga por encima del borde del molde porque la tarta subirá durante el horneado. Unta ligeramente con mantequilla el papel para facilitar su despegue después.
02 -
En un bol grande, coloca el queso crema y bate con varillas (manuales o eléctricas) hasta que esté cremoso. Añade el azúcar y mezcla bien. Agrega los huevos de uno en uno, batiendo a baja velocidad o a mano lo justo para integrarlos. Incorpora la nata líquida y mezcla. Añade la harina tamizada junto con la sal, batiendo solo hasta que no queden grumos. La mezcla debe quedar líquida, lo cual es normal.
03 -
Vierte la mezcla en el molde previamente preparado. Hornea a 210°C durante 40-45 minutos, hasta que la superficie esté muy dorada y ligeramente quemada. El centro de la tarta debe moverse ligeramente al agitar el molde, ya que quedará blando, pero se cuajará al enfriar. Si ves que se dora demasiado rápido, cúbrela suavemente con papel de aluminio y continúa horneando.
04 -
Apaga el horno y deja la tarta dentro con la puerta entreabierta durante 15 minutos para permitir un descenso gradual de la temperatura. Retírala y deja enfriar completamente a temperatura ambiente. Durante este tiempo, el centro de la tarta se hundirá un poco, creando su apariencia rústica característica. Una vez fría, refrigérala durante al menos 4 horas, preferentemente de un día para otro, para que adquiera su textura cremosa.
05 -
Desmolda cuidadosamente, retirando el aro y despegando el papel. Puedes dejar el papel en la base para mantener el estilo rústico tradicional. Corta la tarta con un cuchillo afilado, limpiándolo entre cada corte, ya que el centro es muy cremoso. Sírvela tal cual, sin mermeladas ni coberturas, para destacar su sabor a queso lácteo con el ligero toque amargo del tostado.